Veo fotos de cuando era niña y me invade la nostalgia. Ahí estoy, con mis dibujos desordenados, inventando historias y soñando con un futuro lleno de creatividad. No tenía miedo de decir en voz alta lo que quería ser. Me imaginaba creando, comunicando y siendo parte de grandes proyectos. En ese entonces, todo parecía un juego, pero ahora me doy cuenta de que no estaba tan equivocada.
Hoy, poco a poco, estoy persiguiendo esos sueños. No de la manera exacta en la que los imaginaba, pero sí con la misma esencia. Me doy cuenta de que la niña que fui sigue presente en cada paso que doy, en cada decisión que tomo y en cada oportunidad que busco. No es solo una cuestión personal; lo veo también en mis amigos.
El amigo que pasaba horas dibujando, ahora es diseñador, la que organizaba eventos de juego hoy los planea en la vida real, y quien siempre llevaba una cámara consigo ahora documenta momentos importantes. De niños soñábamos sin miedo, sin pensar en las dificultades o los obstáculos. Hoy, aunque el camino ha sido más complejo de lo que imaginábamos, seguimos avanzando.
Los sueños no desaparecen con los años, solo evolucionan. No siempre se cumplen exactamente como los planeamos, pero encuentran la manera de hacerse realidad. Lo importante es no perder de vista aquella versión de nosotros que, con ilusión y sin límites, imaginaba un futuro lleno de posibilidades.
Amigos, nunca dejen de soñar en grande, cada paso que dan los acerca a lo que siempre han querido, incluso cuando el camino se ve difícil. Sigan creyendo en ustedes, sigan creando, sigan luchando. Sus sueños valen la pena y el mundo necesita lo que tienen para ofrecer.
Lo mejor aún está por venir.