Una curandera vivía en aras de ayudar a la gente de su pequeño condado. Su madre, su abuela, su bisabuela, su tatarabuela y hasta su tatara-tatarabuela habían tenido el mismo oficio.
La gente la estimaba por su carácter afable y accesible, y reconocían su actitud altruista, al no cobrar a los pobres o indigentes, ni sus curaciones, ni sus consultas. Algunas de las personas de la humilde comunidad, ante la incapacidad de poder pagar, muchas veces le entregaron a cambio por agradecimiento: huevos, o un litro de leche, una gallina o bien, un poco de tortillas.
Nunca tocó a la puerta de la curandera el amor. Tal vez por estar atada al servicio de su comunidad, o bien, como ella explicaba, por cosas del destino y papá Dios.
En una ocasión una joven madre soltera, ante la imposibilidad de criar a su hija, se la ofreció, tras una consulta de cartas. La curandera se negó, argumentando que no tenía tiempo para atender a la bebé, como se requería. Una semana después, le llamaron con urgencia, pues la madre de la niña estaba por morir tras de haber sido arrollada por un motociclista. De ese modo, finalmente accedió a cuidar a la pequeña recién nacida.
La curandera, solía poner incienso para alejar a las malas vibras, según creía. Una planta de sábila se encontraba plantada al frente de la choza para protegerla de la mala energía, y largos lazos con amarres de cabezas de ajos, pendían del techo. Tampoco podía faltar un vaso de agua, junto a su catre, ni las estampillas de santos y de la virgen de Guadalupe, con sus correspondientes veladoras.
En ese ambiente creció Facunda, la niña que finalmente adoptó, tras el accidente, y que la curandera quiso y asumió como hija putativa, creyendo cada vez más, que ya estaba predestinada a criarla, por mandato divino.
La niña creció, con el amor de una mujer a quien no tuvo a nadie más a quien amar en la vida, de tal modo que acabó por consentirla demasiado a su manera, pese a no tener casi dinero. Facunda de pronto a los 13 años de edad, tuvo que enfrentarse sola a la vida sin ningún oficio ni beneficio, pues la curandera murió sin previo aviso, por un infarto que la llevó inesperadamente a la muerte.
La gente, ante la ausencia de la curandera, comenzó a visitar a la joven, con la esperanza de que la difunta en vida le hubiese legado sus secretos. Facunda ante la situación adversa que enfrentaba, se vio en la necesidad de engañar a la gente, intentando usar su intuición, tomando en cuenta las expresiones ante lo que iba indagando. Se fijaba para ello, en la calidad de las ropas y prendas como un anillo de matrimonio o de compromiso, para tener mas o menos algo que inventarles o improvisarles.
La mayor parte de ellos acabaron por no volver, ante la evidencia de la incapacidad de la adolescente como cartomanciaza y curandera. Sin embargo hubo unos pocos quienes persistieron, ante la necesidad de tener a alguien en quien apoyarse o en quien creer.
Facunda mortificada, se sintió confundida. Sentía una mezcla de alivio y paz, por la gente que había dejado de consultarla, pues ya no tenía que verse en la necesidad de engañarlos. Pero por otro lado, sabía que necesitaba dinero para sobrevivir.
Decidida a vender lo poco que la curandera le había dejado en su vieja casucha, una noche, entre dormida y en vigilia, creyó ver a la vieja curandera. Ella entre llanto, le expresó toda la falta que le había estado haciendo desde su partida, además de su mortificación por haber intentado continuar el oficio, que ella con entrega y cariño había desempeñado toda su vida.
El espectro de la curandera se fue acercando poco a poco al catre, en donde ella se encontraba y con ojos llenos de ternura y sapiencia, le expresó sin palabras:
“¡El que no sirve a los demás, no sirve para vivir! Se debe caminar la ruta trazada, y despertar día a día con el corazón en la mano. Hay que abrazar lo que se hace con el alma.”
Facunda se levantó cuando comenzó el alba. A partir de ese instante, cada cliente, cada consulta, cada ayuda brindada, la hizo con el alma y la mente abierta.
Facunda murió ayer, tras una larga y apacible vida. Su comunidad aún la recuerdan, por todo el bien que le brindo a los corazones necesitados.